Va. Sin mucho preámbulo, que ya habréis visto que me enrollo.
Despliega el leer más si el título te ha dejado con la intriga. Aviso, entrada muy matemática (con moraleja al final).
Va. Sin mucho preámbulo, que ya habréis visto que me enrollo.
Despliega el leer más si el título te ha dejado con la intriga. Aviso, entrada muy matemática (con moraleja al final).
En esta entrada vamos a estudiar las respuestas históricas al problema de una partícula que cae en un campo gravitatorio, desde la que daría Aristóteles a las que darían Feynman o Einstein. Eso nos obligará a repasar los puntos de vista de cada uno, ver cómo han evolucionado, y cómo avanzamos progresivamente hacia nuevos paradigmas más generales que destierran o engloban a los anteriores.
Al lío 😛
En el primer artículo de esta serie vimos como los antiguos griegos calcularon el tamaño de la Tierra, y con este estimaron la distancia a la Luna y al Sol, aunque su visión del Universo situaba aun a la Tierra en el centro. En este artículo, veremos como las generaciones siguientes de astrónomos se las ingeniaron para desplazar a la Tierra de su posición privilegiada, y como esto les ayudó a poder medir el tamaño del sistema solar.
¿Te has preguntado alguna vez cómo se han conseguido medir las distancias astronómicas históricamente? ¿Cómo pudieron los antiguos griegos medir el tamaño de la Tierra, la distancia a la Luna e incluso estimar la distancia al Sol? ¿Sabías que hasta el siglo XVII aun no habíamos medido con precisión la distancia al Sol, o que hasta principios del siglo XX no sabíamos el tamaño de nuestra galaxia ni que habían más como la nuestra? En esta serie de entradas haremos un recorrido histórico sobre las mediciones astronómicas, viendo el reto que supuso cada una y cómo superarlo nos abría una puerta a la siguiente escala de medidas, intentando conocer el tamaño de nuestro universo.